martes, 24 de junio de 2008

Farmacopea Peruana

Video sobre hierbas medicinales en la Amazonia

sábado, 21 de junio de 2008

Las Epidemias y su Impacto Histórico

Epidemias en la Era Precolombina
El caso de la Tuberculosis
Considerando que una epidemia es el ataque súbito de una enfermedad a la mayor parte de una población, se puede afirmar que no hay evidencia clara de la existencia de epidemias durante la etapa precolombina en lo que actualmente es el territorio peruano. Sin embargo, sí se puede afirmar que hubo endemias, es decir, enfermedades que ocurren, en una copmarca determinada, de una manera silente y en episodios habitualmente estacionales.
Una de estas endemias que asolaron a la población indígena fue la tuberculosis, sobre todo la que afecta la espina dorsal-mejor conocida como mal de Pott-, que causa una deformidad o joroba a la altura de la espalda. En la autopsia a una momia encontrada en Nasca, los investigadores encontraron lesiones macroscópicas y cicatrices producidas por la tuberculosis en los pulmones de un hombre de mediana edad (40 años). Además, observaron una lesión erosiva en dos vértebras de la columna, lo que le produjo una notoria joroba. ¿Por qué a partir de este hallazgo puede decirse que la tuberculosis fue endémica?. De acuerdo con los epidemiólogos, la tuberculosis de la columna es el vértice de aproximadamente 200 mil casos de otras formas de esta misma enfermedad. Así, pues, la comprobación de los médicos peruanos no haría sino confirmar que la tuberculosis tuvo grandes alcances en la población local antes de la llegada de los españoles y que fue traída a América primeros inmigrantes provenientes de Asia.
La uta, de la que se ha encontrado representaciones en ceramios muy elocuentes, fue también una enfermedad endémica, así como la verruga peruana, que asoló los valles interandinos.

La Tesis de Tomás Salazar
Descripción de la Bartonellosis
Con seguridad, la bartonellosis andina se mantuvo vigente durante la época colonial; pero los médicos españoles, especialmente los poltrones de Lima, no mantuvieron la menor posibilidad de observar en toda su magnitud el problema causado por esta enfermedad, que ataca em quebradas interandinas alejadas de la capital.
A pesar de las elocuentes descripciones de los cronistas de la coquista, especialmente de quienes atestiguaron la célebre epidemia de Coaque (en actual territotio ecuatoriano), que dieznó a buena parte de los conquistadores en su viaje hacia el Perú, los círculos académicos de Lima no se impresionaron por este mal, ya que no tuvieron un cabal concepto de su epidemiología. Pedro Pizarro la describió así: "Una enfermedad que dio verrugas, tan mala y contagiosa que tuvo a mucha gente fatigada y trabajaba con muchos dolores como si estuvieron con bubas, hasta que les salian grandes verrugas por todo el cuerpo y algunas como huevos". Así, las "verrugas de los conquistadores" quedaron como una anécdota en los anales de la historia médica.

En 1634, un cirujano latino, el español Gago de Vadillo, publicó en Lima sus experiencias en relación con esta enfermedad -incluida una descripción de las "verrugas"-, en el que resulta ser el primer trabajo de la literatura médica sobre bartonellosis andina.
A principios del siglo XIX, Hipólito Unanue se ocupó de la verruga peruana en un célebre libro sobre el clima de Lima. Es posible que el ilustre médico no tuviera la oportunidad de observar un solo caso de dicha enfermedad, lo cual lo habia llevado a confundirla con la sífilis: "Los que no teniendo el cuerpo abrigado pasan del calor de las quemaduras al frio de la serrania, o se exponen a este aligerando la ropa, por la sofocación que causa el temple entre el día, contraen unos dolores semejantes a los reumáticos y gálicos, los cuales al cabo de más o menos días terminan en un brote de verrugas de diferente magnitud, por lo regular arrujan sangre y se caen, o se extirpan ligándolas si como opina un sabio americano [su maestro y mentor, Gabriel Moreno] esta enfermedad es el germen de la Lúes veneria, la inclemencia del frio sobre el cuerpo acalorado daria origen a este mal impuro. Para castigar los ardores de venus, no podian encontrarse remedios más a propósito que el hielo y las nieves de los andes".

Desde la década de 1630 -años de las primeras publicaciones de Gago de Vadillo- hasta la época republicana, no apareció una sola descripción amplia de esta enfermedad realizada por los médicos. Dos motivos podrían explicar tal fenómeno primero, que, como ya se ha mencionado, los focos endémicos de Batonellosis estuvieron circunscritos a valles interandinos de dificil acceso y por consiguiente, aislados de los centros médicos calificados y segundo, que en los propios valles infestados la enfermedad pasa desapercibida porque ataca a los nativos durante la infancia, con formas leves. Solo los adultos foráneos (o adolescentes en edad de viajar) muestran con más frecuencias los casos floridos y graves.
La primera identificación de un caso de Bartonellosis con su respectiva historia clínica ocurrió en lima a mediados del siglo XIX, más precisamente en 1857. Se trata de un enfermo del hospital de San Andrés, llamado Aniceto de la Cruz, de la que incluso hay una foto de extraordinaria nitidez, insertada en la tesis de bachiller de Tomás Salazar, obra de un fotógrafo desconocido, tomada apenas unos años después de que en Europa apareciera la técnica de fotografía en papel. La tesis fue publicada en la primera revista médica aparecida en la región andina de la Gaceta Médica de Lima.
Los detalles morfológicos de las lesiones de Aniceto de la Cruz son extraordinarios. Así los describe Salazar, discípulo de Cayetano Heredia en la Facultad de Medicina de San Fernando "natural de Moya, avecindado en Jauja, de 40 años de edad, de temperamento linfático, de constitución débil, de raza andoperuviana, entró en el Hospital de San Andrés el 21 de Junio de 1857 [...]. La lámina que acompañó representa al enfermo y puede verse en su cara los progresos que hacen las verrugas, así en la parte superior del dorso de la nariz se inician estos tumores, en el ángulo interno del ojo y en la parte superior de la frente, han aumentado de volumen, de las dos que existen en la mejilla izquierda, la inferior es blanda al tacto y de color violado, la superficie está en un periodo más adelantado y su superficie se halla cubierta de costras que le dan el aspecto desigual que se nota en ella; en el ángulo externo del ojo existe una verruga en el periodo de hemorragia, pues las manchas que se ven en la parte externa del párpado inferior y en el carrillo son de sangre que actualmente corren de la verruga, la más notable de este cuadro es la que existe al nivel del lóbulo de la oreja.
Al principio de esta historia hemos dicho que solo tenía el tamaño de un huevo de paloma, más tarde llegó a adquirir la de una naranja pequeña, se ulceró en su superficie, se aplicó una ligadura a su pedículo, a pesar de esto la verruga no ha caido, se ha desaparecida una porción de su parte inferior y ofrece el aspecto que notamos en una lámina que acompañó. Una de las verrugas grandes que se desprendió mediante la ligadura está depositada en el Museo de la Escuela de Medicina [...].

En el trabajo de Salazar hay otros seis casos de enfermos con verrugas pero sin fotografías.
Son observaciones realizadas en el Hospital de San Andrés, para entonces una institución restringida a la atención de varones. Es interesante notar que en estos siete casos se trata de varones nacidos en zonas no endémicas de verrugas, dos en Arequipa, tres en Huancayo, uno en Chile, otro en Huanta. Todos mostraron erupciones cutáneas llamativas aunque ninguno con la gravedad del caso de Aniceto de la Cruz quien falleció pocos días después, al parecer de una septicemia que tuvo como punto de partida una de las verrugas secundariamente infectadas. Estas observaciones refuerzan la hipótesis que postula que la Bartonellosis es una enfermedad endémica de larga data, que ataca en la infancia con formas muy benignas o subclinícas; las formas graves y llamativas son más frecuentes en foráneos que visitan las zonas infestadas.

martes, 17 de junio de 2008

Las Enfermedades del Perú y de los peruanos

Para conocer el origen de las enfermedades de los peruanos no solo hay que remontarse a las raíces del hombre americano, hace miles de años, sino también considerar las distintas oleadas migratorias llegadas a nuestro territorio, desde que, luego del arribo de los conquistadores españoles, fueron el propio ser humano el principal portador de las enfermedades que azotaron el Nuevo Mundo; él, y los mosquitos que ingresaron en América como polizontes en las naves de los primeros inmigrantes.
Cabe preguntarse, entonces, ¿cuáles fueron las enfermedades de los primeros pobladores de América, específicamente de los antiguos peruanos? ¿cuáles llegaron con los europeos y africanos a partir de la Edad Moderna? ¿cuáles han afectado recientemente a los habitantes de nuestro continente?

La Tuberculosis

La tuberculosis es una de las enfermedades más contagiosas del planeta. Un tercio de la población mundial está infectada con Mycobacterium tuberculosis, con una mayor concentración en los países del Tercer Mundo, donde ocurre el 97% de los casos mortales.

Sin embargo, poco se sabe del origen de esta enfermedad. Tanto en América como en Europa se han encontrado restos humanos con tuberculosis ósea anteriores al contacto entre ambos; pero no se ha llegado a esclarecer el origen ni el modo de difusión de este mal.

Una de las teorías más aceptadas sostiene que la tuberculosis llegó del continente asiático con los primero humanos que pasaron a América. Hay, sin embargo, una tendencia histórica a negar la existencia de la tuberculosis precolombina. Desde esta perspectiva, algunos casos de enfermedad de Pott-un tipo de tuberculosis que corroe el cuerpo vertebral hasta romperlo (produciendo ua giba o joroba), resultado postrero de una tuberculosis pulmonar- diagnosticada en momias americanas por diferentes estudiosos, se han considerado el resultado de una contaminación póstuma con bacilos no patógenos provenientes del suelo, con características similares al bacilo de Koch, lo cual había conducido a un diagnóstico equivocado.

Pero creemos que existe evidencia que demuestre lo contrario. Se trata de la momia (Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia de Lima) de un hombre de mediana edad de la cultura Paracas. Esta momia (del año 900 a.C. aprox.) presentaba un buen estado de conservación y una ligera giba en el dorso. Análisis posteriores (anatómico-radiológico, bacteriológico, molecular y paleoepidemiológico), siguiendo una autopsia no destructiva, revelaron la existencia de tuberculosis pleuropulmonar y espinal. Se llegó así a la conclusión de que la momia en cuestión presentaba una tuberculosis multisistémica que comprometía pulmones, pleura, huesos y posiblemente el sistema neural.

En las últimas décadas, diversos investigadores han practicado autopsias alrededor de mil momias de la costa de Chile y Perú. Entre ellas encontraron cinco casos claros de la enfermedad de Pott. Este dato es importante, pues esos mil casos se pueden considerar como una muestra representativa de la población precolombina. Se fechó la mayoría de esos restos humanos entre los años 200 y 1400 a. C.

La tecnología moderna permitió determinar la secuencia del ADN del bacilo de Koch en la momia Paracas antes descrita, demostración científica de la presencia de la tuberculosis en las sociedades precolombinas. De acuerdo con la epidemiología, por cada mal de Pott en una comunidad, debe haber 200 mil casos de tuberculosis común y corriente.

La teoría que sostiene la existencia de la tuberculosis en el antiguo Perú se entiende mejor si se considera que los valles costeños en cuestión tenían una concentración humana razonablemente alta desde el Intermedio Temprano, cuando las personas empezaron a asentarse en la región. La concentración de casos de enfermedad de Pott alrededor del año 900 a. C. puede haberse producido justamente a causa del cambio de forma de vida de los antiguos pobladores, al volverse sendentarios.

Es posible, por otro lado, que una cepa distante de M. tuberculosis de la América precolombina haya jugado un papel muy impotante-como causante- en la epidemia que se inició en Europa hace 400 años. Esto porque la alta tasa de mortalidad por tuberculosis en el Viejo Continente, durante el siglo XVII, se asemeja más a la causada por el impacto de una nueva enfermedad que al efecto de la urbanización.


La Bartonellosis

En la región andina (el Perú, Ecuador y el sur de Colombia) hay una enfermedad que no existe en ninguna otra parte del mundo: la bartonellosis. Los aspectos epidemiológicos, clínicos y terapéuticos de este mal, que tomo distintos nombres en el transcursos de los últimos cien años (enfermedad de Carrión, fiebre de la Oroya, verruga peruana y otros), han sido motivo de arduos estudios. Sin embargo aún encierra varios misterios.

El área geográfica de la enfermedad es muy precisa, porque el mosquito que la propaga (Lutzomyia) tiene un hábitat bien definido. Es endémica de los valles interandinos, entre los 1,000 y 3,200 metros de altitud, entre los 2° de latitud norte y los 13° de latitud sur. En el norte de nuestro país, por ejemplo, se ha detectado hasta en el departamento de Cajamarca, en la provincia de San Ignacio; y en el sur, hasta San Juan, en Huancavelica, y en el valle de La Convención, en el Cusco. El área total en la que se ubica es de 144.496 kilómetros cuadrados. Hace pocos años se creía que solo llegaba hasta el norte de las serranias de Chincha, pero se han encontrado casos en valles de la selva alta (Cajamarca, Cusco y Amanzonas).

Durante mucho tiempo se creyó que la llamada enfermedad de Carrión estaba controlada; pero la bartonellosis andina-tal es su nombre más preciso- sigue siendo un problema en varios departamentos del Perú y continúa causando muertes. En la década de 1940, esta enfermedad alcanzó la tasa de incidencia más alta de su historia nacional: 14 por 100 mil habitantes, para luego descender hasta 0,3 por 100 mil habitantes hacia 1970. Brotes epidémicos se dieron de 1975 a 1979, así como en 1992. Áncash, Lima, Cajamarca son los departamentos con mayor incidencia.

De la bartonellosis andina se sabe que es una enfermedad transmitida a los humanos por la picadura de la hembra del mosquito llamado titira (en quechua): Lutzomyia verrucarum, aunque también se han visto implicadas en algunas zonas, otras Lutzomyias. Sin embargo, aún no se ha descubierto el reservorio de esta enfermedad: hasta ahora, el ser humano es el único conocido. Se conoce también la bacteria que la causa, la Bartonella baciliformis, bautizada con este nombre en honor de Alberto Barton, bacteriólogo que en 1950 descubrió este agente en los glóbulos rojos de los enfermos que llegaban a Lima con la "fiebre de la Oroya", asi llamada porque, en un determinado momento, el mayor número de afectados se contó entre los trabajadores que construían el ferrocarril que debía pasar por esa localidad.

La enfermedad se inicia con la succión de sangre por parte del mosquito. Las bartonellas entran en el torrente sanguíneo, atacan los glóbulos rojos y los parasitan. Al advertir que los glóbulos están siendo atacados, el sistema de defensa los destruye; pero las bacterias no resultan aniquiladas. Tal parece que son captadas, y comienzan a vivir y a crecer dentro de las propias células del sistema de defensa. Mientras tanto millones de glóbulos rojos son captados y destruidos, lo cual explicaría la baja de las defensas inmunitarias, ya que las células encargadas de esta tarea están invadidas por las bartonellas. El sistema de defensa decae, el enfermo entra en una etapa en la que se asemeja a un afectado por el sida, y su muerte se produce por enfermedades intercurrentes.

La primera estapa de la bartonellosis andina se caracteriza por una de las formas más graves de anemia, la anemia hemolítica severa, que puede llegar a ser mortal, sobre todo en personas sin exposiciones previas a la enfermedad.

Después de esta fase aparecen en la piel, misteriosamente, unos glóbulos rojizos llenos de sangre (las "verrugas" nombradas por los primeros españoles que llegaron a los Andes). El análisis demuestra que estas verrugas son células de los vasos sanguineos que han proliferado, casi como si fueran tumorales; y dentro de ellas se encuentran, a veces, las bartonellas. Lo interesante es que estas verrugas se caen solas y el enfermo se cura repentinamente.


La Sífilis

La sífilis es otra enfermedad eminentemente americana. Se contagia a través del contacto sexual, de la misma forma que el sida. La sangre infectada se transmite, por pequeñas heridas, al pene o a la vagina (donde se forma una pequeña úlcera), para propagarse hacia los ganglios linfáticos y, desde ahí, al organismo entero.

Antes del poblamiento de América, hace miles de años, existía una enfermedad causada por una bacteria treponema, pariente cercana de la produce la sífilis (Treponema pallidum). La diferencia entre ambas radica en que la primera, extendida en el mundo entero, es transmitida por el mosquito común y corriente, a través de la picadura de la hembra. Esta enfermedad es conocida con diversos nombres: generalmente pain o cuchipe. Las reacciones inmunitarias, es decir, los análisis para diagnosticar sífilis, son exactamente iguales para una y otra enfermedad, por lo que una persona que se ha curado del ataque del pian puede, por los análisis, ser diagnosticada falsamente como sífilis.

Mucho antes de la llegada de Colón a América, una de estas formas de treponemiasis mutó y se convirtió en una enfermedad venérea.
Es decir, en América, el mosquito dejó de ser el agente transmisor y la transmisión se volvió sexual (Treponema pallidum). A la llegada de los europeos, el contacto sexual de los marineros con los nativos americanos promovió la instalación de este tipo de treponema en los genitales de los primeros. En Europa, inmediatamente después del encuentro con América, la enfermedad se extensió hasta adquirir caracteres de epidemia muy grave, cosa que no sucedió en el Nuevo Continente porque era una enfermedad endémica, presente desde siglos atrás.

Reyes, reinas y personas de las más altas esferas sociales murieron de formas graves de sífilis. Y lo peor: era condiserada una enfermedad innombrable, un estigma de la mala vida, pues se le asociaba con la prostitución y los placeres de la carne. La Iglesia católica la calificó como un castigo divino. A mediados del siglo XVI, la sífilis se había extendido por Europa de manera tan rápida como preocupante. Los franceses la llamaban mal hispánico; los españoles, mal gálico o itálico. A comienzos del siglo XX, alrededor del 15% de la población europea padecia esta enfermedad.

A continuación coloco un enlace hacia la tesis de Julio C. Tello, llamado "La antiguedad de la sífilis en el Perú", donde a través de estudios se logra determinar que la propagación de una enfermedad como la sifilis no tuvo excepción en el Perú, como a los demás pueblos de la tierra.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Medicina del Antiguo Perú

Conocer la medicina de la antigüedad, es decir, quiénes curaban y cuáles eran sus métodos, demandaba analizar cómo entendían el mundo los pueblos de aquella época. Las nociones de salud y enfermedad están determinadas por la cosmovisión del ser humano, por su percepción del universo. Citando al médico e historiador Juan B. Lastres, la medicina "está encajada dentro del marco que le impone una determinada cultura, creando por sí misma sus métodos y sistemas". Así, los humanos de distintas culturas suelen reaccionar, instintivamente, casi de la misma manera ante iguales dolencias.

La medicina del antiguo Perú estaba íntimamente ligada a la magia y religión, una religión politeísta y animista. Esta concepción mágica es, según el doctor Óscar Valdivia Ponce, producto de la impotencia frente a una naturaleza imposible de dominar, de la cual el indígena dependía y a la cual se encontraba sometido. De ahí que su medicina fuera "más mágica que empirista, e imaginaran que las enfermedades surgen como resultado de esa pugna entre el hombre y su mundo circundante". Los antiguos peruanos tenían una especial relación con el medio que los rodeaba. Sus dioses eran las fuerzas de la naturaleza o los mismos accidentes geográficos. Los apus, dioses tutelares de las distintas comunidades de los Andes, eran divinidades que animaban a cerros, ríos, quebradas y lagos; también a los astros y fenómenos metereológicos; y a las plantas y a los animales.
De ellos dependía el estado de la comunidad: su salud o su enfermedad, su prosperidad o su decadencia. En el Perú precolombino, la enfermedad y la salud eran expresiones de espíritus y dioses.

Para tener una idea del estado de la medicina en el antiguo Perú es importante remitirse a diferentes fuentes como cronistas españoles informes de indígenas, testimonios precolombinos como ceramios mochica y chimú, o los mantos paracas; pero en lo que algo concuerdan casi todos los especialistas: la medicina precolombina no difería mucho de la que se practicaban en Europa por la misma época, en los siglos XV y XVI. Se suele creer que todo lo que llegó del viejo continente tenía un desarrollo mayor, pero no necesariamente fue así.
Coincidencias con Hipócrates
“Cuando los incas sentían mucho dolor de cabeza, se sangraban de la junta de las cejas, sobre las narices”. Esto lo relata el Inca Garcialso de la Vega, y menciona que usaban una lanceta hecha de pedernal. Hipócrates, dentro de la más estricta doctrina humoralista, escribió en sus celebres Aforismos: “Estando la parte posterior de la cabeza con mucho dolor, se obtiene alivio abriendo una vena de la frente”. Admirable hallazgo que aportaba un argumento a favor de la uniformidad de las funciones cerebrales de andinos y europeos

Los pobladores andinos prehispánicos, es especialmente de las civilización inca, desarrollaron conceptos muy interesantes sobre diversos aspectos de la vida social y concretamente, sobre el cuidado de la salud. La mismas supercherías, así como los asombrosos aciertos de la antigüedad clásica –egipcia, griega o romana-, existían también en esta parte del mundo. Desafortunadamente, los cronistas de nuestra Conquista no tuvieron mayor curiosidad para observar y sobre todo para inventariar la realidad andina. No fueron tan observadores como, por ejemplo, los que acompañaron a Hernán Cortés en la conquista de México. Sin embargo, hay fuentes primarias que pueden ser analizadas con objetividad.